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LA TECLA CON CAFÉ

La Comunicación frente al poder desmesurado

La Comunicación frente al poder desmesurado


10/02/2013 4:40:35


De acuerdo con Riszard Kapuscinski para el surgimiento de una revolución es imprescindible la palabra catalizadora, desprovistas del sello oficial. Gracias al poder de la comunicación y la transmisión no harán falta las revoluciones (armadas, se entiende). En la circunstancia actual estamos ante el arma más poderosa que haya existido: la comunicación.

 

En un capítulo de El Sha o la desmesura del poder (Anagrama, Barcelona, 1987) que se titula «La llama muerta», el fallecido periodista polaco (pero universal)  Riszard Kapuscinski afirma que para el surgimiento de una revolución «es imprescindible la palabra catalizadora y el pensamiento esclarecedor» que conducen a «la toma de conciencia de la miseria y de la opresión, al convencimiento de que ni la miseria ni la opresión forman parte del orden natural del mundo». Para ello, se requiere de palabras: «palabras que circulan libremente, palabras clandestinas, rebeldes, palabras que no van vestidas de uniforme de gala, desprovistas del sello oficial».

En el libro del que hablamos, Kapuscinski cuenta cómo los adeptos del imán Jomeini hallaron la manera de introducir a Irán la palabra grabada del líder religioso —exiliado en París— en cassettes de audio que luego circularon y fueron escuchados en reuniones clandestinas por todo el país. Los medios occidentales han celebrado la utilización de las tecnologías contemporáneas de comunicación horizontal en las revueltas del mundo árabe.

Fidel Castro, que algo sabe del asunto, dijo hace unos años que gracias al poder de la comunicación y la transmisión «no harán falta las revoluciones» (armadas, se entiende) y que en la circunstancia actual «estamos ante el arma más poderosa que haya existido, que es la comunicación».

Su estallido, el momento en que se produce, sorprende a todos, incluso a aquellos que la han hecho posible. Pueden desencadenarse por un incidente menor en la plaza de un pueblo remoto, pueden coronar el esfuerzo constructivo y organizativo de décadas, pueden brotar de una grieta súbita que aparece en la fachada del poder.

Desde la vieja formulación de David Hume, «quien tiene el saber tiene el poder», hasta la sintética frase actual «información es poder», puede inferirse que, en buena medida, la toma del poder —y una revolución empieza con la toma del poder por un sector empeñado en transformar a la sociedad— exige el dominio de la información (o la desinformación) y de la comunicación.

Para provocar una revolución no bastan ni las malas condiciones de vida ni la existencia de un régimen opresivo. Se requiere de información que desemboque en una toma de conciencia. Y se necesita un ingrediente más: la provocación insoportable desde el poder, la gota que derrama el vaso de la paciencia social: «El poder es el que provoca la revolución». Desde luego, no lo hace conscientemente. Y, sin embargo, su estilo de vida y su manera de gobernar acaban convirtiéndose en una provocación. Esto sucede cuando entre la élite se consolida la sensación de impunidad.»

 Lo que esa provocación inesperada consigue es que el poder de la indignación supere la capacidad de contención del miedo y la gente se decida a enfrentar al poder en cualquiera de sus caras: la policial, la mediática o la corruptora; la que reparte garrotazos, la que otorga becas y despensas o la que descalifica, abruma y condena a los opositores al escarnio, al ridículo y a la marginalidad.

Y dice Kapuscinski: «Todos los libros dedicados a las revoluciones empiezan por un capítulo que trata de la podredumbre de un poder a punto de caer o de la miseria y los sufrimientos de un pueblo. Y, sin embargo, deberían comenzar por uno sobre el aspecto sicológico de cómo un hombre angustiado y asustado de pronto vence su miedo y deja de temer.»

Ello es así porque ningún régimen opresivo puede sostenerse, a mediano o largo plazos, por la fuerza de las armas. Su principal mecanismo de poder

—además de la información y la comunicación— , no son las armas, sino el miedo a ellas y a los instrumentos judiciales y policiales.

 

(Texto abreviado de «Apostillas a un texto de Riszard Kapuscinski»/Cubadebate)

 

 

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