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LA TECLA CON CAFÉ

El comentario de esta semana.

El comentario de esta semana.

Por Mercedes Rodríguez García.

Lo escuché hace unos días en un carretón, espacio público que aprovecho de vez en vez para tentar los estados de opinión sobre determinados temas, lanzando como alguien me dijo, «la manzana de la discordia» pues para nadie constituye un secreto lo dado que somos los cubanos al comentario. Mas juro que en esta oportunidad no fui yo quien desencadenó la lengua a los viajantes.

La sin hueso colectiva la desató la canícula por mediación de una señora gruesa, entrada en años y atestada de traslúcidas javitas. (De esas que pocas veces ofrecen en las shoppings y nunca faltan en sus exteriores.) A pleno mediodía la cubierta de nylon negro del techo, más la plegable de un lateral extendida -por si llovía- convertían el interior del esmirriado vehículo en un baño ¿turco?

Al paso del cansino el resto de los pasajeros fue sumándose: un presuntuoso cincuentón, dos reclutas, una abuelita, una empleada de gastronomía, un CVP, y un joven de quien no esperaba ninguna participación por imaginarlo suspendido del ejercicio de dos de los sentidos a juzgar por las supergafas y la música que embutía en sus oídos el Mp3.

La señora de las javitas hablaba abanicándose fuertemente: «Yo soporto todo menos el calor...» «A mi lo que me da rabia son los apagones », responde la gastronómica. EL CVP pone su granito de arena. «¡Hay otras cosas peores de qué lamentarse...» La abuelita expresa: «Peor que el calor, nada; el calor quita hasta las ganas de trabajar.» «Por eso yo quisiera vivir en Alaska!», apunta el cincuentón. De nuevo el CVP a la riposta: «Usted debe ganar mucho para pagarse el pasaje al Polo...»

La frase más pintoresca por la aporta el muchacho del Mp3 quien, de forma brusca, se ha quitado los audífonos: «Una por usted, abuela, eso mismo dijo Montesquieu, que los países cálidos como el nuestro propician la modorra y la holgazanería...» Y volvió a colocarse ambos adminículos. Luego no pronunció una palabra más, pese a que casi todos se quedaron botados con «el Montesquieu ese», a juzgar por la interrogante carajuda del cincuentón, a quien uno de los reclutas le contesta: «Ese tal Monte... debe haber sido tremendo segregacionista.»

Inesperadamente intervino el carretonero dándole un fustazo al caballo. «¿Así que ahora se le llama modorra y holgazanería a no querer trabajar? Porque eso es lo que abunda en Cuba, gente que no quiere doblar el lomo pa’ buscarse los pesos... ¡partía de vagos! Ni los guajiros, ni los hijos de los guajiros, señores, quieren trabajar la tierra.»

El cochero, sin proponérselo había puesto el dedo sobre la llaga y también, con su fusta, a correr al caballo. Silencio, ¡y a sujetarse! Fin del viaje Parque- Terminal de Ómnibus Interprovincial. Apenas he bajado y caminado unos pasos cuando siento que me tocan en la espalda. El joven del Mp3, sin detener se me sorprende: «Yo sé que usted es periodista, métale el coco a Montesquieu que era un tipo inteligente.»

Sin acudir a fondo a la obra de el autor de Cartas persas (1721), Consideraciones sobre las causas de la grandeza y decadencia de los romanos (1734), El espíritu de las leyes (1748), textos que se leían con entusiasmo, en secreto y a escondidas a principios del siglo XIX, convengo en que sí: el clima puede influir en algunas cualidades físicas del hombre pero no determinar que los habitantes de una nación u otra resulten más o menos perezosos o activos.

El clima nada tiene que ver con el letargo y la apatía hacia el trabajo, virtud que solamente se practica por el placer que experimenta el espíritu, o por los recursos que proporciona para satisfacer las necesidades de la vida. Pero voy a referirme al trabajo como el esfuerzo realizado para asegurar un beneficio económico, ya que muchos especialistas diferencian entre trabajo productivo, o sea aquellos tipos de manipulaciones que producen utilidad mediante objetos, y el trabajo improductivo -como el que desempeña un músico-, que es útil pero no incrementa la riqueza material de la comunidad.

Durante la colonia y la seudorrepública, el juego, el analfabetismo, la discriminación, la falta de empleos, de instrucción, de escuelas y universidades, de centros de cultura y de recreación; la pobreza absoluta, la mendicidad y otras calamidades sociales imperantes en Cuba, estimulaban la vagancia, término que según el Diccionario de la RAE significa holgazán, perezoso, poco trabajador; vacío, desocupado, sin el logro de un fin o intento que se desear.
No es el caso. La Revolución, a lo largo de casi medio siglo de transformaciones constantes, ha dado solución a cuadro tan denigrante. Y aunque no dudo que existan vagos por ahí, el fenómeno es otro. Como bien dijo el carretonero, y en otras palabras, la cuestión radica en buscar el dinero rápido, sin riesgos ni esfuerzos.

Algunos le llaman especulación, vocablo que no se ajusta de manera exacta con nuestra realidad. El especulador vive de las fluctuaciones de precios de las materias primas o de las unidades monetarias de cada país, y opera en los mercados de futuros, con la esperanza de vender en el mercado continuo a mayores precios antes de la fecha de vencimiento del activo. Aunque el término "especulación" se utiliza a menudo con un tono peyorativo, no es más que un tipo de inversión donde el agente asume riesgos de los que no se puede cubrir. Su variante popular cubana serían los acaparadores.

Sí existe el conocido mercado negro, o sea, la venta ilegal de bienes violando la fijación de precios y el racionamiento gravados por el Gobierno. En tales circunstancias, algunos consumidores yacen listos a pagar precios anormalmente elevados para obtener bienes escasos; y otras personas, dispuestas a venderlos a esos montos, no importan los riesgos, incluidos los de tipo legal. En este «comercio» -incluyendo el cambio ilícito de unidades monetarias- usted encuentra de todo, en pesos o en CUC, y en oportunidades, ausentes en las empresas estatales.

El fenómeno resulta complejo porque trabajo es lo que sobra en este país. La construcción y la agricultura, por ejemplo, piden brazos a gritos. Habría que revisar y superar las ineficiencias de nuestro sistema económico quitándonos un poco la tan llevada y traída justificación de país bloqueado, actuar a tenor con las leyes de la Economía y las Finanzas, que operan de modo independiente a las voluntades políticas, y por supuesto, sin renunciar a uno solo de logros que nos han convertido en país independiente y en uno de los sistemas más humanos del mundo.

Se trata de generar bienes, de que el peso adquiera un respaldo productivo. La solución no radica en incrementar los salarios. Los aumentos salariales pueden producir un aumento de la propensión al consumo, y no al ahorro, en una economía como la nuestra. Otro de los efectos negativos de los aumentos de salarios son las mayores presiones inflacionistas, ya que tienden a trasladar a los precios estos aumentos en los costes de producción, peligro que se puede evitar si los sueldos no aumentan sobre los niveles de productividad.

No todos podemos comprar un aire acondicionado, mucho menos un auto y por ahora constituye una quimera viajar a Alaska. Tampoco nos libraremos de un tirón de los apagones ni vendrán aumentos salariales «al por mayor».
Del escritor y jurista galo, sus ideas trasnochadas y su furor por los principios de los fisiócratas y los librecambistas, prefiero no hablar. De la modorra y la holgazanería hablaré en otro comentario.

¿Y del cochero? Pues como diría en buen francés Charles-Louis de Montesquieu... ¡Tres bièn, tres bièn!

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