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LA TECLA CON CAFÉ

Gauguin: estrellas, show y multitudes

Gauguin: estrellas, show  y multitudes

 

10:06:17 a.m.

Merced a una puesta en escena y a una audaz estrategia de mercado, la retrospectiva de Gauguin que presenta la Fundación Beyeler, de Basilea, atrae a numerosos visitantes. ¿A costa de la calidad? No, dice el sociólogo Olivier Moeschler. Por el contrario, un buen uso de las nuevas tecnologías permite descubrir el arte a nuevos públicos.

Se trata de una exposición superlativa. Con la retrospectiva consagrada a Paul Gauguin (abierta hasta el 28 de junio), la Fundación Beyeler considera haber logrado “la más bella exposición” realizada sobre el artista, cuyo radicalismo es siempre fascinante. No solamente algunas de las obras exhibidas no se habían visto desde hacía tiempo, sino que la muestra incluye diversas innovaciones.

Algunos ejemplos: estrellas de cine fueron invitadas a lecturas previas a la apertura de la exposición, proyecciones multimedia interactivas que permiten a los visitantes “navegar” en la información a su guisa, y listas de reproducciones musicales disponibles en línea. Pero, ¿todos esos esfuerzos, suerte de paquete de lujo para envolver una caja vacía, no terminarán por matar la percepción del arte?, preguntamos a Olivier Moeschler, investigador asociado del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lausana y especialista en Sociología de la Cultura.

—El éxito de la exposición no obedece más a la estrategia de mercado que a la manifestación de un interés preponderante del público?

—Esta estrategia de comunicación demuestra simplemente que una gran exposición se “vende” o, mejor, se promueve, como una superproducción de Hollywood para despertar la curiosidad de un público amplio. Incluso se recurrió a Bastian Baker para seducir a un público más helvético y más joven, probablemente para rejuvenecer y renovar el público de la institución.

—¿Esta lógica económica tiene cabida en el mundo de las bellas artes?

—En el fondo, nada de malo hay en ello si está bien hecho. Hace tiempo que la economía -no de los bienes simbólicos, sino de los bienes en general- comprendió que más que satisfacer deseos, había que suscitar, crear necesidades, crear demanda. Eso demuestra también que las instituciones culturales —por lo menos cuando se lo pueden permitir— dominan perfectamente las reglas del juego mediático y el lenguaje para atraer a un público más amplio. Este éxito permite amortizar la inversión. Estuvo bien presentar la seria lectura de Keanu Reeves y la voluntad de hacer entrar a Bastian Baker en la lógica de la exposición y del museo, y no a la inversa.

«Esto permite igualmente beneficiar a un amplio círculo de visitantes. Se puede entonces entender esta estrategia como una bendición, como una herramienta para la democratización cultural, para el acceso de un número mayor de personas a obras de valor. También es una confirmación de que la cultura y sus instituciones se han visto obligadas a descender de su pedestal. Deben justificar su existencia, mostrar cifras, interesar a multitudes, para legitimar sus costos -una presión mucho mayor aquí al tratarse de una fundación privada. Pero si esto puede realmente ampliar y diversificar el público, es algo bueno». 

—¿Se requiere ahora acompañar las exposiciones de arte de medios tecnológicos sofisticados para atraer al público?

—Las imbricaciones entre lo numérico y las obras físicas “tradicionales”, los lugares reales y los digitales, son múltiples hoy en día. Las fronteras a veces son borrosas entre las instituciones y el internet, entre creadores y espectadores, entre profesionales y aficionados... Con el libro digital, presentado al final de la exposición, se recurre a una cierta creatividad y a la dimensión participativa  entre los espectadores. Uno de los logros de los años 60-70 fue el de pensar que “todos somos artistas”, en línea directa con el individualismo burgués convertido también en subjetivismo, prolongado hoy por la “sociedad creativa” que observa a todo el mundo crear y difundir sus obras todo el tiempo, al menos potencialmente, por supuesto.

—¿Los altos costos de organización (seguros, transporte, mantenimiento ...) explican la necesidad de hacer rentables las exposiciones?

—En términos puramente económicos y pecuniarios, hay probablemente una necesidad de atraer a mucha gente para rentabilizar las inversiones, pero las motivaciones no pueden nunca, mucho menos en el sector cultural, reducirse a un interés material. Siempre hay muchas lógicas, entre la necesidad de sujetarse a un presupuesto y dar a conocer los nombres de mecenas y patrocinadores, en efecto, pero también la democratización cultural, el placer de atraer a un amplio público, el deseo de cambiar nuestra mirada sobre el arte y, con ello, sobre el mundo...

—¿El espectáculo y lo espectacular, no terminan por ocultar la percepción del arte como tal? Hablaríamos entonces más del libro táctil que de las pinturas de Gauguin...

—Todo depende del dispositivo de la exposición, del camino concebido por los diseñadores, del lugar que reservan para el público. En este caso, se trata de un elemento moderno y de moda que debería generar interés en los medios y, probablemente, de un público más joven. Es uno de los objetivos de la cultura y las instituciones culturales, hoy tal vez más que nunca: hay que rejuvenecer al público, renovarlo, y mantenerse así con vida. Pero si la forma está en acuerdo con el contenido y la experiencia aporta algo al público y los organizadores, incluso en la relación con las obras y el público, entonces es un éxito. 

«El ámbito cultural es amplio y variado, y por ello habrá siempre “grandes producciones”, casi hollywoodescas, como esta exposición de gran presupuesto y gran público, y manifestaciones de tamaño medio, incluso más modestas. No hay que confundir el tamaño de un evento cultural con su importancia, no es debido a que un espectáculo es grande que es interesante. Lejos de eso. Las cosas en cultura son, como en otros campos, complejas y a veces inesperadas, y recordarnos esto es, incluso, lo propio del arte».

(Fuente: SWCh)

 

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